domingo, 25 de febrero de 2007

Super García

"Prefiero vivir con dignidad, comiendo un bocadillo de sardinas sentado debajo de un puente, antes que vivir indigno aunque comiendo caviar". El periodista José María García dijo esta frase hace unos días, en una rueda de prensa que dio con motivo de la censura que TVE le hizo a su entrevista, sólo porque hacía críticas tremendas sobre terceras personas.



En España no existe la libertad de expresión en todos los foros, eso no es algo que haya inventado Super García, sin embargo, sí que lo ha recordado. y no es poco.

La frase del bocadillo de sardinas me ha hecho reflexionar porque me ha traido a la memoria otra que me hizo ayer una persona: "pasa de todo, es la verdadera felicidad. deja de preocuparte por las cosas".

A mí me parece que uno no puede elegir preocuparse o no. Es algo qeu sobreviene, como el gusto por el salchichón pero no por el chorizo o el gusto por los hombres y no por las mujeres. En fin, uno nace 'preocupado' o 'pasota'. creo que a eso no te educan.

El periodista José María García, uno de los mejores periodistas que ha dado este país, ha sido la única persona que se ha atrevido, en los últimos diez años -quizá más-, a criticar de la forma en la que él lo ha hecho a los máximos representantes de los negocios, de la política y del periodismo en España. No estamos hablando de cualquier cosa.

De Aznar ha dicho "no ha habido mayor censor", entre otras muchas perlas. Desde mi punto de vista, no hay mayor censor que uno mismo, aquí tengo que corregir a Super García. Creo que no era censor Aznar (o Zapatero, o cualquier político sobre el que nos dediquemos a escribir) sino el periodista que calla o maquilla su texto. La censura es tan íntima como la religión. Da igual cuantas charlas teóricas y clases prácticas te den acerca del tema: uno es el único que solo, en el silencio de su teclado -o de su alma- borra la palabra que quiso poner por la que sabe que 'debe' escribir.

José María García no hace nada de esto, según su discurso. Ojalá vuelva pronto.

domingo, 18 de febrero de 2007

Viejas glorias

Hoy veo en la televisión francesa TV5 viejas glorias de la literatura contemporánea. Ya están arrugadas y enriquecidas hasta el menisco, pero mantienen una conversación de lo más distendida, en un café parisino que, si bien está rodeado de focos y cámaras, puede pasar perfectamente por todo eso que dicen que fué. Y que conste que adoro a los ancianos, son mi debilidad y el espejo clarísimo de lo que nos espera, pero no puedo con las viejas glorias, quienes, por otra parte, no tienen por qué ser ancianas.

Conversan durante una eternidad sobre libros, en un decorado lleno de las novedades editoriales, y en el enriquecedor debate participan agentes de los megapoderosos grupos editoriales, ganadores del premio que presiden dichos grupos y otros periodistas o escritores, todos de Armani, pero bohemios.

Idéntico esquema en la televisión de media Europa. Siempre se repite el mismo cuadro aburrido que hace que apague la tele antes de contaminarme de ese tipo de cultura.

Pero lo acepto. Sí, debe haber escritores de todos los tipos: rebeldes, acomodados e incluso niños pijos que mira, hoy escribo sobre hípica y mañana sobre petanca. Lo que me hace huir de esos programas basura es lo que dicen que vivieron.

Los jóvenes de hoy está claro que perdimos antes de nacer. Crecimos con videojuegos que acabaron con nuestras pocas neuronas, no pudimos nutrirnos de las comidas caseras, esas que hacían pensar con tanta lucidez, y por supuesto no vivimos la adolescencia de la bohemia parisina. Lejos de fumar porros en un café lleno de escritores, músicos, pintores y actores envenenados de arte, nos divertíamos en una discoteca oscura llena de alcohol y pastillas, donde lo mejor que podías hablar era aquella mezcla de silencio y música explosiva que impedía cualquier tipo de relación humana, excepto la sexual, claro.

Cuando esta gente se pone a charlar sobre todo aquello me produce risa. Sin embargo, todavía me divierto más cuando alguno de esos fumaos reitera que aún existe. Que sí, que vive todavía así. París no es hoy más que una fábrica de postales en la que los japoneses vienen a fotografiar productos de Galeries Lafayet para luego copiarlos.

Mi amigo Jonatan era uno de esos artistas que no podría haber sido otra cosa que eso, artista. Lo había leído todo: desde Bukowski hasta Séneca, y se reafirmaba en la teoría de que el arte, en occidente, ya no existe. Qué paradoja. Vivimos en la sociedad de la abundancia pero jamás tuvimos tan poco. Todos esos que ahora presentan cultísimos programas sobre libros son los mismos que han construido los Fnac. Son ésos que querían cambiar las cosas los mismos que han repetido el mismo esquema que se reproduce cada generación.
Van de hippis maduritos pero sólo son unos cuantos ancianos con menos sentido de la rebeldía que una tribu de creyentes aislada.

En medio de esta situación, imagino que sí hay escritores escondidos en esta sociedad que no siempre les deja salir. Debe haber, por alguna editorial de esas que no vende, porque el mercado del libro, también llamado producto, no deja entrar a esas pequeñas obras de calidad.

Vuelvo a mis viejas glorias que ahora se sientan a recordar. Pero que hace tanto que no dan palo al agua en cuestiones de mejora cultural, educacional y ni siquiera literaria que más vale que los jubilen y les den una paga. De esta forma, al menos, contribuirán a la mejora de nuestros oídos.

Una postal de Ceuta

Por lo menos eran treinta chicos. Quién sabe si cincuenta, apenas nos fijamos mientras paseábamos con el coche de nuestra casera.
“Ésos son los que quieren saltar” nos dijo la vieja pianista al llegar a Ceuta. “¿Saltar la alambrada?”. No había nada al otro lado de la verja. Nada diferente. A uno de los lados se extendía la encantadora Ciudad Autónoma, al otro, su puerto. “Sí”, nos recordó “cada día vienen aquí para ver si pueden saltar y meterse debajo de algún coche”. Coches que los turistas cargan en el barco; un Transmediterranea que te traslada hacia la otra orilla. Algeciras.

La diferencia entre los que tenemos y los que no es atroz en esta localidad que no parece carecer de nada. Playa, montaña, deportes, universidad. Hasta gente recogiendo desperdicios de las papeleras públicas, donde a veces incluso hay botellas de agua de las que beber un sorbo de ilusión. Sobre estos contenedores está el paseo marítimo, y los caballas pasean sus tipazos y hacen footing. De los cero a los 99 años. Todo el mundo camina. Con velo o sin él.

Y en los kioscos de chicles los árabes esperan a una pareja de jovencitos. Es evidente que acaban de mudarse a este barrio; tal vez ni sean de los alrededores. Son europeos. Y cuando han dejado su ventanilla de caramelos, el señor de barba blanca y piel tostada corre tras ellos para obsequiarles con otro manjar. Para venderles la ciudad, la cultura y, de paso, su puesto de hojalata en el que tiene de todo. Eso se llama comercio.

Los europeos siguen de compras, ajenos a su tez blanca, a sus ojos dormidos, a su ignorancia de turista. Aquí todo el mundo duerme excepto el que no tuvo qué cenar y el que sabe que nada habrá sobre el tapete en el desayuno. A la salida de los centros comerciales, los indios esperan pacientes a los pudientes consumidores. Ellos se ofrecen como mula de carga de tanta bolsa y producto prefabricado a cambio de una propina. La voluntad. O nada. Todo depende del otro, del que compra. Del que siempre está al otro lado de la ventanilla de golosinas, del que vino de la otra orilla.

(la imagen es una vista desde el Monte Hacho, por muy murciana que parezca la palabra, está en Ceuta).

sábado, 17 de febrero de 2007

Todo tiene un por qué

La Memoria de Oriana es un radio blog que nace por una serie de frases y hechos que, de repente, me empujaron a escribirlo de una vez por todas. Es cierto que hacía años que yo quería tener uno, pero la pereza no me dejaba escribirlo.

Ahora confluyen diferentes motivos que me hacen escribirlo. Uno de ellos, el mejor, el de mi maestra, Carmen Campos, que me animó tantas veces a hacerlo.

Otra de las cosas que me exigen escribirlo es un artículo leído en una revista sobre la vida de Oriana Fallaci -a la que ya admiraba por su magnífica obra-, esa otra Maestra del Periodismo que despertó la imaginación de generaciones de estudiantes.

Sin más dilación, sólo pondré un requisito para participar en este blog: No insultar a nadie. Quien no cumpla esto, sintiéndolo mucho, no le permitiré colgar un solo mensaje.