lunes, 20 de agosto de 2007

El halago debilita

Pocas cosas hay más verdaderas que el impulso que se le da a un principiante diciéndole que es un don nadie. De la misma forma que se derrumba un templo agasajándole los oídos con reiteradas muestras de aprobación. La historia está llena de mujeres, y de hombres, que lograron ser grandes porque en demasiadas ocasiones les dijeron que eran pequeños. Y sólo por ese motivo, pero a la inversa, se desplomaron promesas que, si bien apuntaban maneras más que afinadas, no lograron subir del primer peldaño de tanto como le auguraron lo alto que llegaría.

Sin embargo, todo esto es más complejo, porque uno no lo elige, y ahí está la trampa que puede matarnos. Uno no decide ser halagado o repudiado. ¡Y a Dios gracias que uno no lo elige!, si no, el porvenir sería mucho menos brillante para aquellos que ahora están sumidos en la oscuridad. Pero claro, nadie puede saberlo. Y voilà su magia.

Los que se encargan de decirle a uno lo malo que es son, en el 99% de los casos, patanes en la función que se les ha asignado. Conozco a muchos compañeros, que hoy son muy buenos en su trabajo, que por una extraña razón del destino alguien les dijo en un momento crucial: “Tú no vales pa esto”. Hoy, aquellos obstáculos les han hecho llegar lejos. La historia también está llena de ejemplos. Un perfecto inepto le dijo a Igman Bergman que era un pésimo director de cine y peor de teatro. Por eso lo echaron de la prestigiosa multinacional sueca del cine. El pobre estaba haciendo historia y pagando, como en tantos casos, el pato de ser un genio.

El depresivo y enloquecido Van Gogh murió con un solo cuadro vendido. Y Cervantes, con la risa de sus contemporáneos –malos escritores, por cierto, de novelas caballerescas pasadísimas incluso para la época- desternillándose de lo estúpido que había sido crear a ese Quijote.