lunes, 28 de abril de 2008

No podemos vivir sin belleza

Cierta mañana de invierno, en una lejana época en la que las princesas todavía existían y también los reyes, y los poetas, y todo eso que sigue existiendo hoy pero que englobamos en tribus urbanas, había un mendigo sentado a la puerta de un evento. Era una feria anual donde los comerciantes de diferentes reinos se adentraban a la caza de la ganga. El mendigo, como mendigo que era, pedía en la puerta una limosna. Un grupo de altos ejecutivos -o hidalgos del momento, qué más da- le dieron, a la entrada, dos monedas. Al caer la tarde, los dos comerciantes salían de la feria, y vieron al mendigo, en el mismo sitio. Uno de ellos se acercó y le preguntó:
-¿qué has hecho con las dos monedas?
a lo que el mendigo contestó:
-con una he comprado un bocadillo, para tener de qué vivir. Con la otra, he comprado esta rosa, para tener por qué vivir.

Esta bonita historia, que habla de la búsqueda incesante de la belleza que corroe a todo ser humano, sea de letras, de ciencias, atornillador de camiones o corredor de bolsa, es lo que nos hace humanos. Podemos taparnos ojos, nariz, boca, manos y cualquier parte de nuestro cuerpo por el que podamos sentir: la belleza entrará por la mente. Porque la belleza existe en uno. Y no fuera, como pretendemos.