sábado, 21 de febrero de 2009

Qué importa si ayer llovió

A veces escribo lo que califico como ‘pensamientos en voz alta’ o ‘comentarios filosóficos’. Los guardo en la etiqueta de Mi opinión. Es algo muy subjetivo, que sin embargo no es personal. No es algo que incluiría en un diario. Es público (aunque probablemente lo retiraré en unas semanas por motivos de espacio, y de reciclaje). Son textos que escribo para explicar qué veo desde mi óptica, a través de mis gafas. Sin las cuales, obviamente, no vería un carajo.

La cuestión es que hoy me he propuesto pensar en todos aquellos que ayer tuvieron un día lluvioso. Metafóricamente, desde luego. Aunque vivan en el desértico sureste español o en la soleada California, más de uno seguro que ha padecido –quién sabe si ayer, o antesdeayer- unas torrenciales de aúpa.

A veces llueve tanto ahí dentro, que no eres capaz de ver cómo los rayos de sol que hay fuera podrían cegarte. Si salieras a verlos.

Tal vez ayer perdiste tu empleo. Ese empleo que te hizo soñar despierto, dormir del tirón, trabajar sin respirar, soñar con llegar… ese trabajo que no era un empleo. Era un deseo.
O quizás te dejó tu novio. Qué digo novio: el único hombre en el mundo capaz de hacerte respirar. Esa persona por la que lo hubieras dado todo, y de hecho, lo diste. Diste tus amistades, diste tu familia, diste tu piso, diste tu trabajo (total, no te gustaba tanto) diste ese viaje que habías preparado… porque para ti nada era abandono. Sino amor. Y ahora te das cuenta de que él apenas vio una sola de tus renuncias. De hecho, ya no está ahí. Y tampoco lo que dejaste.
O quién sabe, a lo mejor te diagnosticaron un problema de salud. A lo mejor te comunicaron la peor noticia que nunca te podría haber comunicado nadie. A lo mejor te dejó un amigo. A lo mejor, a lo mejor… quién sabe qué te pudo pasar ayer.

Tal vez ayer se te acabó el mundo.

Pero hoy, mira estas líneas, estás vivo. Al menos, eres capaz de leerlas. No querías levantarte de la cama, pero lo has hecho. Tal vez con ayuda de otros, tal vez has tomado una pastilla. Pero te has levantado. Estás en vertical. O sentado. Pero estás fuera de las sábanas, que te atrapan como un agujero negro impidiéndote salir de ellas.

Ayer llovió tanto que estás de resaca. De hecho, reconoces que no fue ayer, hace meses que ocurrió. Y el luto te ha acabado envolviendo de tal modo que te has propuesto vivir siempre en la oscuridad. En el negro de tu ropa, en el llanto de tus ojos. Tan presente tienes el pasado que apenas puedes mirar el futuro.

Porque el futuro, para ti, no es más que el pesado presente que sigue al acecho, fastidiándote cada minuto que pasa. Recordándote que sigues vivo, pero que no quieres vivir. Y esto te frustra. Haces tan infelices a los demás como a ti mismo. Todo está a punto de estallar en tu cabeza. Pero no estalla, maldita sea.

Hasta que estalla.

Un día tocas fondo. Y te das cuenta de que estás pisando firme. Has llegado a la roca del fondo del mar. Estás abajo del todo. No puedes bajar más. Y tienes, necesariamente, que subir. El impulso te hará deslizarte hacia arriba, incluso aunque no quieras. Siempre ha pasado a lo largo de la Historia. La humanidad no hubiera subsistido si no fuera optimista. El hombre se habría extinguido de no ser por su capacidad de levantarse.

Cuando estás ahí abajo, con tus pies en las heladas piedras mojadas, piensas un instante. Esto es el sufrimiento, te dices. Ahora estoy plenamente en él. Ahora sé lo que ha sentido tanta gente antes que yo. Y lo que sentirán los que vienen.

Y cuando te das cuenta del dolor, de la oscuridad, aparece el primer rayo de luz. El gallo, como sabes, no cacarea con el primer rayo de sol, lo hace con el último grumo de oscuridad. Cuando te parece que son las cinco de la mañana, y que el gallo canta porque amanece, en realidad lo hace porque se despide de la no-luz. Y en ese instante, en ese punto de la noche, que por cierto es el más negro de todos, cuando el mundo está tan oscuro como el interior de la boca de un lobo… se hace la luz.

Algo similar ocurre dentro de ti. No sabes por qué, pero estas subiendo. Estás alejándote del fondo marino. Cada vez tienes más cerca el claroscuro. Y finalmente, rozas el turquesa. Ves las olas. Nadas. Estás fuera.

Y todo te importa menos que ayer, cuando llovía. A quién le importa que ayer lloviese, te dices. El novio que te abandonó, tu maltrecha salud, el trabajo que te dejó… todos tienen ya un sustituto, reconoces. Su sustituto es la propia vida. No sientes nostalgia, sólo olvido. No quieres recordar. Quieres empezar.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Qué bonito es lo que has escrito. El ser humano tiene la capacidad de empezar de cero, es tab bello poder levantarse...